23 de diciembre de 2009

Lotería

78294. Si me hubiese tocado no estaría escribiendo ahora estas boberías.

En el momento de salir El Gordo me encontraba desayunando en una cafetería anticrisis. Casi se me atraganta el bocadillo de pata negra que ya tenía hipotecado. El asunto era que, a mi lado, estaba una secretaria de alta dirección que frecuenta aquel lugar. De pronto, dio un salto sobre el mostrador que me conmovió. Pensé que le había tocado el primer premio. Nunca había visto unos tobillos a unas micras de mi retina. Por si acaso, la miré con más dulzura y condescendencia que otras veces. Pero no fue así. Había jugado un número cercano al 10104, que resultó agraciado con el tercer premio.

Pronto comprendí el motivo de su éxtasis aleatorio. Me explicó que ella tenía varios décimos del 10124 y que por 20 unidades de diferencia se quedó con las ganas. Ese mismo argumento se habrá repetido ayer en cientos de lugares y con miles de personas, como si las bolitas del bombo estuviesen alineadas secuencialmente unas detrás de otras. El que no se consuela es porque no quiere.

Intenté tranquilizarla con un ejemplo que me resulta conocido. Le dije que veinte números más abajo de donde vivo habita un petudo que ronca y no deja dormir al vecindario. Hay otras suertes, otros azares y otros placeres. La invité a desayunar y sucribí con ella la segunda hipoteca. Los 20 euros de mi reintegro terminado en 4 se quedaron en aquella cafetería mucho antes de que concluyeran los cantos de los niños de San Ildefonso.

En tiempos de crisis, la gente busca en la lotería o en las máquinas tragaperras la consolidación de su tranquilidad emocional y vitalicia. Sin embargo, hay otros sorteos de incalculable valor: la salud, la familia, la educación, el trabajo...

Bendita suerte.