2 de septiembre de 2009

Inmunidad política

La clase política se distingue de otras clases sociales porque algunos de sus miembros gozan de bastante inmunidad. Nunca he entendido que este privilegio forme parte de las reglas del juego en un Estado democrático y social de derecho, donde todos deberíamos tener la misma consideración.

Ante el cúmulo de informaciones relacionadas con la gripe A, me surge una nueva duda de mayor alcance: ¿La clase política es inmune a esa gripe? Lo digo porque observo que no ha sido declarada públicamente como población de riesgo. El razonamiento es muy sencillo. Si hay que vacunar en primera instancia a los integrantes de los servicios esenciales (bomberos, policía, protección civil...), también habría que hacerlo con los políticos (gobernantes y oposición) porque constituyen un 'servicio esencial' en todo Estado moderno y democrático. Supongo que no están en el cargo por una cuestión de estética personal o por otros fines distintos al bien social. Otra cosa es lo que hagan o influyan desde el poder delegado que ejercen.

Es posible que los medios de comunicación hayan silenciado esta circunstancia para no generar más alarma social. Si se traslada a la opinión pública la conveniencia y necesidad de vacunar a todo político, se crearía un estado de psicosis colectiva imprevisible, donde incluso harían falta más vacunas. Sea como fuere, realmente deben vacunarse, simplemente por un puro principio de seguridad nacional y para evitar que se den situaciones de vacío de poder. ¿Qué ocurriría si se contagia todo el gabinete político de Sanidad? ¿Y de Educación? ¿Quiénes tomarían las decisiones sabias y pertinentes? No me imagino ver en Madrid a D.ª Trinidad o a D. Ángel inmersos en un estado febril. Como tampoco deseo que estornuden en Canarias D.ª Mercedes o D.ª Milagros. Eso no sería recomendable para el sistema.

En momentos de crisis, uno de los papeles estelares de cualquier gestor público consiste en trasladar mensajes de normalidad, precaución y control al resto de la población. Pero eso no se puede hacer con el termómetro bajo la axila o con el pañuelo eclipsando la nariz. Por tanto, es de absoluta necesidad vacunar a este estrato poblacional, para tranquilidad del resto de los ciudadanos. Incluso sería bueno que lo hicieran mediáticamente y de forma colectiva para dar una sensación de sosiego e inocuidad ante los efectos secundarios del principio activo.

Es posible que no adopten este procedimiento aunque es cierto que más de uno estaría privado por salir en la foto junto a una jeringuilla. Supongo que se vacunarán con la mayor de las discreciones para evitar una crítica masiva amparada en el argumento de que este acto sería un nuevo indicador de su exquisita situación de privilegio.

Ojalá esta vacuna consiga minimizar un estado de crispación crónica y térmica residente en la vida política. Aunque lo dudo porque esa crispación es interesada y obedece a objetivos ajenos a cualquier terapia sanitaria. Me conformaría con que tuviesen la cabeza fría para orientar el rumbo de una sociedad que espera mucho más de los que gobiernan y de los que opositan.

Bendito estatus.

1 de septiembre de 2009

A la gripe

El comienzo del nuevo curso es inminente y algunos ya empiezan a estornudar. Aunque la 'A' mayúscula sigue siendo la misma, el criterio de su potencial peligrosidad ha cambiado.

Durante el periodo estival he examinado distintas informaciones provenientes de la esfera pública como antesala de lo que se espera. Para curarme en salud, a principios de agosto me inyectaron la primera dosis contra el tétanos, por si acaso. Dentro de unos días debo recibir la segunda y antes de un año la tercera y última. Todo lo que he leído y escuchado ha servido para crear en mí una sensación de incertidumbre, improvisación y cierto temor ante una situación nueva y desconocida. Me temo que se darán muchos palos de ciego y que el sistema educativo será una víctima más sin remedio.

Hasta ayer el criterio oficial establecía que un 40% de la población sería vacunada. En ese contingente figuraban los alumnos hasta 14 años. Hoy, la cosa ha cambiado. Parece ser que ya no se vacunará a ese alumnado ni al profesorado. Paradójicamente, observo que se amplía el espectro de vacunación a un 60% de los ciudadanos. ¿Qué nos dirán mañana?

En medio de este baile informativo y criterial, leo en la prensa que los centros de enseñanza han de habilitar un aula ventilada para aislar al alumnado que presente algún síntoma de alerta. Además debe haber en ella un adulto a su cuidado. ¿Será el profesor más nuevo en el escalafón? Cuando uno lee estas cosas no sabe si le están tomando el pelo o si se trata de una medida sopesada y con criterio. Cuanto menos me produce escalofrío y unas décimas de fiebre. Por un momento pienso en las zonas de medianía de nuestras islas. Entrado el otoño, si ventilamos generosamente el aula, eso conlleva una circulación de aire fresco y húmedo que puede incentivar aún más el estornudo y la sensación de contagio. Supongo que debió caérsele el pelo al gestor de esta brillante idea. En los manuales de organización escolar, siempre se ha insistido en que las aulas deben tener la suficiente ventilación e iluminación, con independencia de una situación de pandemia o de otra circunstancia coyuntural adversa. ¡Qué broma es ésta!

Si el riesgo evidente tiene relación consustancial con la concurrencia de personas de diferente procedencia y edad (alumnos, profesores, padres, personal auxiliar...), las medidas que se adopten han de perseguir el menor contacto posible entre ellas. En un centro educativo es bastante complicado porque aún no estamos preparados para la enseñanza no presencial. Además hay otras razones de naturaleza social y asistencial que lo harían inviable.

Pero llegado el caso, si el efecto real se agudiza, habría que tomar medidas mucho más expeditivas que esa 'genialidad' consistente en disponer de un aula aislada y ventilada. En Francia no se andan con chiquitas. El virus puede producir una nueva revolución.

Entre otras, pudieran adoptarse varias decisiones transitorias que diezmarían el ya precario sistema:

  1. ¿Suspender las visitas de padres? Así se evitaría la entrada en el centro de personas potencialmente portadoras de la enfermedad.
  2. ¿Suspender las actividades extraescolares dentro del centro? Así se evitaría la permanencia prolongada de una parte del alumnado y su contacto con el personal que las desarrolla.
  3. ¿Suspender los exámenes orales? Así se evitaría la proximidad física entre el examinador y el examinando. Este tipo de pruebas produce tos y cierto malestar.
  4. ¿Suspender la enseñanza de la letra A? Así se minimizaría la fobia creciente hacia esta querida vocal.
  5. ¿Suspender los recreos colectivos? Así se evitaría la concurrencia de muchos alumnos en un espacio común.
  6. ¿Suspender el transporte escolar?
  7. ¿Suspender los comedores escolares?
  8. ¿Suspender el envío de los ordenadores prometidos? Así se evitaría la aparición de otros virus concurrentes con el primero.
  9. ¿Suspender el diálogo entre la Administración y los sindicatos? A estas alturas, tengo serias dudas acerca de quién está en una situación de mayor riesgo.
  10. ¿Suspender las medidas aprobadas? El tiempo lo dirá...

Nunca un año sabático ha tenido tantas probabilidades de instaurarse.

Bendita vocal.