3 de enero de 2009

Mensajes en crisis

No sé si has oído hablar de Riplay. No es un término del argot tecnológico. Es el nombre de un psicólogo americano experto en ventas. Hace tiempo que cayó en mis manos un libro con un magnífico mensaje hecho por él. El primer destinatario era un ciego que pedía limosna en una boca del metro. En realidad, los verdaderos receptores fueron otros.

El invidente se ponía cada mañana en la misma entrada. Era un personaje muy conocido por los transeúntes que habitualmente pasaban por allí. Riplay era uno de ellos. Un día se detuvo ante él y le propuso un asunto interesante.

El ciego recibía alrededor de doce dólares por semana. Su discapacidad sensorial la difundía mediante un sencillo cartel que alguien le había escrito:

Cuando Riplay lo leyó, le preguntó:

--¿Cuánto recauda usted cada mañana? ¿Le gustaría aumentar esos ingresos?

La respuesta fue inmediata y la esperada. Así que, al día siguiente estrenó un nuevo cartel:

La repercusión del mensaje no admite discusión. El ciego multiplicó sus ingresos a base de activar la fibra sensible de aquellos transeúntes anónimos. A todas horas nos bombardean con mensajes diversos que intencionalmente no buscamos. La publicidad, los políticos, los medios de comunicación, el jefe o la jefa... Tan sólo unos pocos llegan al hemisferio cerebral derecho en condiciones de provocar una respuesta emocional carente de cualquier análisis previo. Los demás, han entrado por un oído y han salido por el otro. Por supuesto, algunos ni siquiera han logrado atravesar el cristalino.

El asunto es preocupante porque en ámbitos como la educación o la información pudieran darse resultados no deseados. Si el mensaje previo no apela, si no hay gancho, difícilmente entrará la información, la idea o el concepto. Y si no hay información, no hay conocimiento. La primera es la antesala del segundo. El problema es muy complejo.

Durante 32 años he comprobado que no existe una correlación entre lo que se enseña y lo que se aprende. Se puede enseñar mucho y bien pero si quien recibe el mensaje tiene bloqueado algún hemisferio o interés, poco puede hacerse. Tampoco se da esa correspondencia entre la producción informativa y la asimilación de la información. Disponer de más información no significa estar mejor informado.

Cada día, cuando consulto los medios de comunicación voy buscando aquello que no encuentro. Me ofrecen una barbaridad de cosas pero, sencillamente, la mayor parte no me interesa. El periodismo convencional tiene una agenda propia, muy rígida e inerte al cambio. Siempre es la misma: el político de turno, el 'chorizo' famoso o el vedetismo de un locutor... Desde hace años, me está pasando algo anormal. No leo la prensa para saber qué me dice sino cómo me lo dice. Y si me engancha, entonces voy al qué. En eso me entretengo. En realidad, la noticia la conozco desde el día anterior o desde hace meses. Ya nada nos coge por sorpresa. Todo es posible. Por tanto, muchas noticias ni siquiera lo son.

Me dicen que sube la electricidad o que hubo un niño que fue el primer recién nacido del año. Eso ya lo suponía. Todos los años me cuentan lo mismo. Los problemas de la gente, lo inédito, hay que buscarlo en otras coordenadas. Tal vez la alternativa sea un periodismo a la carta. Comer bien cuesta caro. Ese periodismo de siempre puede que tenga cada día menos seguidores. Su supervivencia habrá que apoyarla en una profunda revisión de la agenda, en nuevos mensajes o en la forma de atraer a los lectores. Si dar una limosna más generosa es la respuesta a un nuevo mensaje, acercarnos a los medios también tiene que serlo.

Bendito Riplay.