6 de enero de 2009

Papel de regalo

Hoy he madrugado más pronto que de costumbre. Ha sido la noche más corta del año. Venían los Reyes Magos. A la entrada de mi casa dejé un zapato y tres copas de Ponche Caballero para que brindaran. Era una noche diferente, única.

Siempre les he profesado mi admiración y respeto. Mientras dormía, soñé con ellos y me hice varias preguntas infantiles:

  1. ¿Si son reyes y tienen el mismo rango, por qué siempre va uno delante, otro en medio y el tercero atrás?

  2. ¿Por qué Melchor es el primero y Baltasar el último?

  3. ¿Por qué no van en orden alfabético?

  4. ¿Será un problema de protocolo? ¿De racismo? ¿De competencia lingüística?

El próximo año se lo preguntaré al gabinete de comunicación de Sus Majestades.

Cuando desperté ya se habían ido, hacia el Oriente de los conflictos. El olor a dromedario invadía mi casa. Era inconfundible. La botella de Ponche no la volví a ver. De verdad, habían estado allí. Este año sólo pedí una cosa. Sin embargo, me dejaron dos. Detrás de un papel de regalo se escondía una ilusión, un misterio, una sorpresa. ¿Qué será? Estaba nervioso. Lo abrí con prisa. Casi lo rompo. El papel era precioso. Era el primer regalo. Yo no esperaba otra cosa. Me conformo con poco.

Era un papel brillante, especial, aterciopelado, ignífugo, impermeable, decorado, muy fino, no contaminante, reciclable... Era un papel de diseño. Seguro que en su interior estaba mi regalo preferido.

Así fue. Me han dejado un calentador digital para preparar mis infusiones sin tener que abandonar el ordenador. Es una maravilla. Funciona sin pilas, sin energía externa, sin placas fotovoltaicas. Sólo se abastece del propio equipo. Su principal cualidad consiste en que es un mensaje en sí mismo.

Ya lo dijo McLuhan: "El medio es el mensaje."

Bendito USB.