30 de julio de 2009

Vacuna educativa

La palabra 'vacuna' conmueve y está de moda. Junto a otra, 'crisis', son las dos que más he escuchado en las últimas semanas.

En cierta medida, guardan una relación intrínseca e indiscutible. Si una pandemia representa una seria crisis para la salud individual y colectiva, la vacuna surge como el mejor antídoto para minimizar su presencia y expansión. Es una lástima que no haya habido vacunas para la otra crisis, la que empezó hace más tiempo y que ya ha afectado a una población de riesgo universal.

Acabo de leer en la prensa que se tiene la intención de vacunar a todos los profesores. Sin duda, conforman un grupo de riesgo. Siempre lo han sido, frente a la gripe común de todos los cursos y a la falta de reconocimiento desde los poderes públicos y la propia sociedad. Espero que el precio de esta vacuna no sea descontado de su nómina. Sin embargo, la duda que me asiste es si habría que administrarles varias vacunas. Una contra la gripe A, urgente y justificada, y otras para las otras 'gripes' históricas que tanto malestar han creado en los profesionales de la enseñanza.

Cada vez que oigo hablar de la 'población de riesgo' y de los criterios de vacunación me entra escalofrío. La población de riesgo es algo hipotético, estadístico e inexacto mientras que el virus es real, invasivo y potente. Puede aparecer en cualquier momento y en todo lugar. Lo de la gripe A no es una broma. Es tan importante que incluso se escribe con mayúscula. Por tanto, la población de riesgo somos todos, hasta el propio virus, aunque no haya vacunas para todos.

Si en el ámbito educativo se la suministran a los profesores, se evita potencialmente un posible contagio de éstos hacia los alumnos, entre sí y de los alumnos hacia ellos. Sin embargo, eso no representa una garantía total. También me dicen que se vacunará al alumnado hasta los catorce años. Si es así, la medida me parece insuficiente porque la enseñanza obligatoria termina a los dieciséis.

Con todo, hay preguntas que me producen inquietud. ¿Y no vacunan al inspector? ¿Y al ayundante del inspector? ¿Y al conserje? ¿Y al chófer del director general? ¿Y a los asesores? ¿Y a la señora de la limpieza? ¿Y al concejal del centro si aún no ha sido cesado? ¿Y a la auxiliar administrativa? ¿Y al personal de comedor que atiende a los niños? ¿Y al repartidor de los alimentos? ¿Y a los padres que vienen a entrevistarse con los profesores? ¿Y al guardián-jardinero? ¿Y al cartero? ¿Y al monitor de actividades extraescolares? ¿Y al conductor del autobús escolar? ¿Y al revisor del tranvía? ¿Y al librero? ¿Y al proveedor del material de oficina? ¿Y al cura de la parroquia? ¿Y al sepulturero...?

Un centro educativo no es un compartimento estanco. Es una microsociedad dinámica en permanente contacto con una macrosociedad heterogénea no inocua.

Vacunar a los profesores y a una parte del alumnado es un parche. Si el riesgo es global, la cobertura también debe serla. A grandes males, pequeños remedios.

Bendito criterio.