23 de julio de 2009

De Rodríguez

Cada año, cuando se acerca el mes de agosto, caigo en la cuenta de que mi primer apellido es Rodríguez. En realidad, durante los otros once meses también soy Rodríguez pero no voy 'de Rodríguez'.

Hace unos días me encontré con un amigo de la infancia, al que conocí hace más de cuarenta años en la escuela primaria. Desde aquella época, él se autodenominaba 'Pollaboba', hasta tal punto de que siempre he tenido la duda de si se trataba de un apodo o de un apellido. Por respeto, nunca he querido indagar ese asunto. Lo cierto es que ese significante representa la antítesis de su perfil. En la escuela era el más listo y en la sociedad también. Multiplicaba de cabeza y ahora trae a todo el mundo de cabeza.

Cuando nos vimos, estuvimos tomando unas copas y hablando de nuestras vidas y del entorno social y familiar donde nos movemos. Fue una conversación muy simple, algo que suele ser habitual cuando se coincide con una persona conocida a la que no se ve desde hace mucho tiempo. Me preguntó cómo estaba. Le dije: 'de Rodríguez'. Por deferencia, también le hice la misma pregunta. Él me contestó: 'de Pollaboba'.

Tenía tantos hijos que no recordaba el nombre de cada uno. Era propietario de una lujosa mansión donde también vivían su suegra, dos perros y un mayordomo. La mujer se había ido con otro pero él se sentía muy feliz con una embarcación de recreo que lo distinguía de los demás. Cuando me tocó el turno, no sabía qué decir. En realidad, mi patrimonio no es tan suntuoso. No tengo barco sino un viejo timón de tea para marcar el rumbo en esta complicada sociedad. En el Registro de la Propiedad está inscrita una tienda de campaña hipotecada y llena de parches por todos lados. Sin embargo, mi mayor tesoro es la vinculación a una familia infinitamente comprensiva, incluso cuando estoy 'de Rodríguez'.

Tradicionalmente, estar de Rodríguez siempre ha tenido una carga peyorativa y hasta compasiva y misericordiosa. Nunca lo he entendido muy bien. Cada vez que experimento esta situación me siento muy autónomo. Es una necesidad vital, una afirmación de la personalidad y un encuentro con uno mismo. Es como sentir el éxtasis de la vida contemplativa durante un mes. No es una crítica ni la válvula de escape de un estado de ansiedad insoportable. Es, simplemente, un placer individual y transitorio, compatible con otros deleites colectivos del ámbito familiar.

Tengo toda la casa para mí. Soy el dueño del mando a distancia. No debo explicar a nadie por qué consumo más jamón de pata negra que en otras fechas. Las cervezas circulan por la nevera con bastante fluidez. Las anchoas y los berberechos impregnan el hogar urbano de un inconfundible olor a bajío. La lavadora parece más grande. El cuarto de baño está siempre libre y no tropiezo con nadie en el pasillo...

Por lo que veo, mientras yo disfruto 'de Rodríguez', otros lo hacen 'de Pollaboba'.

Bendito estado.