22 de julio de 2009

Bicicleta

De pequeño, nunca tuve una bicicleta aunque siempre fue uno de mis artilugios preferidos. Las que usé, fueron en régimen de préstamo o alquiler. Por una módica cantidad, podía disponer de una vieja bicicleta para transitar durante unas horas por las calles y barrios de La Laguna. Esta entradilla viene a cuento de una experiencia que acabo de presenciar, donde le han robado la única bicicleta que tenía al único sobrino que tengo.

La bicicleta era de diseño, de las que se vendían como rosquillas antes de que el recalentamiento de la economía explotara como un volcán. Se la había comprado su padre mediante una hipoteca a 80 años. Había pasado la ITV recientemente. Los neumáticos tenían la presión adecuada y el sistema de frenos era homologado, eficaz y seguro. El problema fue el despiste del chiquillo. No cayó en la certidumbre de que había dejado la bicicleta en la vía pública, en una sociedad donde los anuncios de corrupción en ámbitos influyentes también pueden generar tentaciones de ratería urbana, privada y sectorial, en niveles inferiores y menos simbólicos. Así fue: un 'chorizo' anónimo le robó la bicicleta.

Alguien lo estaba observando desde hace días. Resulta que todas las mañanas, antes de acudir al cursillo de natación, hacía un alto en una céntrica cafetería para amortiguar el jilorio. Siempre dejaba la bicicleta en el exterior y nunca había tenido problemas. Me contaba que con un ojo la vigilaba desde dentro y con el otro ponía el punto de mira hacia el sandwich de costumbre. Esa mañana algo falló. Cuando se dio cuenta, la bicicleta había desaparecido por arte de magia.

Inmediatamente se puso en contacto conmigo, a través del teléfono celular de su tía. Me contó lo sucedido y me pidió que no se enterara su padre. Le dije que no se preocupara porque en la vida hay cosas más importantes que una bicicleta. Incluso, es posible que la encontremos en algún momento ya que una isla no es un continente.

Entrada la tarde, lo llamé para darle una buena noticia: la bicicleta estaba en el garaje de mi casa. Obviamente, no me creyó. Pensó que se trataba de una broma más de las que suelo gastar habitualmente bajo una apariencia de inocua seriedad. El otro día me ocurrió algo similar. Le comenté a un conocido periodista de aquí que sus artículos de prensa me parecían auténticas boberías, como las mías. También pensó que era una broma...

No habían transcurrido quince minutos y ya estaba el niño en mi casa. Bajamos al garaje y, efectivamente, aquella bicicleta era la suya.

¿Quién fue el ladrón? El asunto está en manos de Sherlock Holmes.

Bendito detective.