31 de octubre de 2009

Halloween

Cuando yo era niño, en la escuela no se celebraba esta fiesta. Ahora muchos maestros la encajan con martillo y cincel. Y la justifican didácticamente apelando a eso que llaman interculturalidad (!). Incluso hay algunos que, autoproclamándose nacionalistas, le dan más importancia a este producto exponencial de la globalización que a lo autóctono.

En estas fechas, me preparo para disfrutar con mis fiestas de siempre, que son la de la castaña, la de la batata y el próximo estreno de las bodegas el día de San Andrés. Y eso que no soy nacionalista sino centralista...

Si en 1797 le cepillaron el brazo a Nelson a unas millas de aquí, qué necesidad objetiva tenemos de incorporar en nuestra cultura tradiciones anglosajonas que no son propias. En la latitud del paralelo 28, tampoco entiendo eso del Papa Noel o el paseo romero que se inventó Zerolo en Santa Cruz. Ni aquí nieva tanto ni Santa Cruz es agrícola o ganadera.

Hace unos años, me comentaba un alumno ruso que él veía un riesgo latente en la incorporación de tantos países a la Unión Europea. Su argumento consistía en que esa pérdida o cesión de competencias nacionales supusiera también una pérdida de identidad en cada Estado. Aquel chico tenía catorce años y, en cierta o gran medida, no dejaba de tener razón.

Si alguien quisiera convencerme, estoy abierto a lo foráneo pero antes debería demostrarme que en Irlanda, EE.UU. o Inglaterra se hacen eco de nuestras tradiciones. Jamás he visto que Margaret Thatcher, Tony Blair o Gordon Brown, entre otros, celebren nuestras romerías o hayan participado en una regata de vela latina.



Nuestro ‘halloween’ siempre ha consistido en dar una vueltita por el cementerio para depositar algunas flores naturales ante la tumba de un ser querido. El hecho de encender una velita, degustar un hueso de santo o probar un exquisito buñuelo también forma parte de ese acervo.

Sin embargo, en esta ocasión he percibido que la crisis se ha encargado de minorar esa arraigada costumbre. Hace un rato estuve en el cementerio y vi menos vivos que otras veces, menos flores que de costumbre y menos degustaciones que antaño. Sí observé que proliferan las flores de plástico, esas que ni nacen ni crecen ni se reproducen ni mueren... No parecen las más apropiadas para un cementerio.

Los pocos vivos que coincidimos allí nos mirábamos unos a otros con cara de extrañeza. La crisis también se deja notar en los camposantos. La merma del poder adquisitivo, el precio especulativo de las flores y el halloween frenético de importación coadyuvan a ese desplazamiento de nuestras viejas costumbres.

Bendita fiesta.

28 de octubre de 2009

Goleada

Ocurrió anoche, en el partido de Copa entre el Alcorcón y el Real Madrid. David le endosó a Goliat 4 dianas antológicas. Poco después de concluir el encuentro, fui a una céntrica cafetería frecuentada por forofos del fútbol. Suelo ir por allí con asiduidad, no porque sea aficionado a este deporte sino porque preparan una exquisita ensaladilla ilustrada con la mejor cerveza de importación.

En principio, mi estancia en aquel lugar no debía ir más allá del tiempo necesario para degustar esos caprichos pero la sesión se volvió larga, intensa e interesante. Había un gentío incontable, cuya angustia nacional más palpable era la derrota del Madrid con tanta contundencia.

Transcurrieron más de dos horas hasta que abandoné aquel sitio. Durante ese tiempo, tuve la sensación de encontrarme en un país donde el fútbol capitaliza todas la críticas, las opiniones y la razón de ser de muchos ciudadanos.

Pertenecían a distintas clases sociales y todos exponían sus criterios amparados en un conocimiento de causa indiscutible.

Uno de ellos era albañil. Estaba en paro desde el alumbramiento de la crisis pero jamás le oí hablar de ese asunto. Sólo habló del Madrid.

Otro era suscriptor de una hipoteca. Estaba con la soga al cuello pero jamás le oí hablar de sus penurias. Sólo habló del Madrid.

Otro era notario y nunca comentó la pérdida de clientes por la disminución de las transacciones inmobiliarias. Sólo habló del Madrid.

Otro era taxista y no se quejó de la merma de ingresos ocasionada por la aparición de un nuevo depredador: el tranvía. Sólo habló del Madrid.

Otro era abogado matrimonialista. No le oí ni mus en lo referente a que la gente ya ni se separa. Sólo habló del Madrid.

Para ellos, el fútbol era el principal problema nacional.

Todos, excepto yo, que me limité a presenciar el debate haciendo de observador externo, como si de una triangulación de Elliott se tratara. En cierta medida, fui cautivo de aquel ambiente. Soy pensionista y tampoco hablé de la pérdida de mi poder adquisitivo. Sólo hablé de la ensaladilla, que es de lo que más entiendo, porque mi discurso en torno a un balón no hubiese tenido la altura del desarrollado por aquella gente tan preparada. Tuve que pedir nuevas cervezas ya que la noche me invitaba a ser testigo de primera mano de una irracionalidad desmesurada. Jamás pensé que el fútbol pudiera eclipsar por momentos los verdaderos problemas de un país y de una sociedad.

Mientras Laporta juega su propio partido orientado hacia la meta de un catalanismo particular, Valdano nos brinda su oratoria psicológica y metafísica impregnada del mejor intelectualismo que jamás haya conocido el césped.

Se trata de un mismo deporte pero de dos mensajes distintos. O tres, si tenemos en consideración el punto de vista acalorado, intransigente y multicolor de los aficionados.

Si el fútbol es una válvula de escape capaz de enmascarar otros problemas latentes, el día que no lo haya nos comeremos unos a otros.

Bendita pelota.